La carrera por la corona incorruptible
El atletismo élite de las Olimpiadas tiene una lección importante para todos nosotros.

Después de un año de retraso, los Juegos Olímpicos de Verano en Tokio, están en camino de celebrarse del 23 de julio al 8 de agosto. En piscinas y lagos, en pistas y trampolines, en el velódromo e incluso en el dohyō de los luchadores de sumo, los mejores atletas del mundo se reunirán para competir y participar en una tradición que se remonta a milenios atrás.

Los Juegos Olímpicos, que comenzaron en Olimpia (Grecia) en el siglo viii a.C., han captado la atención de los entusiastas del deporte y de casi todos los que los han visto. Trascienden sistemáticamente los mercados deportivos típicos, cautivando la atención mundial como pocas cosas pueden hacerlo. Los Juegos Olímpicos modernos conectan a los espectadores con la comunidad mundial. También contienen una fascinante visión micro cósmica de rivalidades y competencias nacionales. Pero la principal razón por la que los espectadores y los asistentes acuden a los Juegos es para presenciar la exhibición de un atletismo genuino e inspirador.

Las antiguas Olimpiadas griegas se esforzaban por emular los rasgos de valentía de los guerreros homéricos. Muchos de estos primeros participantes vivieron en tiempos de paz, pero se inspiraban en la fuerza de Áyax, la velocidad de Aquiles, el vigor de Ulises y la areté (“excelencia” y “carácter”) de Diomedes. El deseo de los antiguos griegos de demostrar estos ideales homéricos de areté del guerrero, incluso fuera de la guerra, impulsó a muchos a competir en los Juegos Olímpicos. Allí, mediante hazañas deslumbrantes, perseguían la gloria en el campo del atletismo en lugar del campo de batalla.

Los atletas de la era tecnológica moderna se esfuerzan por eclipsar los récords contra la cinta métrica y el cronómetro en busca de una excelencia precisa y exacta. Su búsqueda por el triunfo los enfrenta no sólo a sus competidores contemporáneos, sino también a todos los atletas que han vivido y batido récords antes que ellos. Esta búsqueda ambiciosa no puede llevarse a cabo sin grandes cantidades de areté.

La Santa Biblia se basa en el nivel del atletismo élite para enseñar a los lectores algunas lecciones profundas. Los Juegos Olímpicos eran enormemente populares en el siglo i d.C., cuando vivía el apóstol Pablo, y su familiaridad con los deportes de competencia dio lugar a varias de sus analogías más efectivas. Cada cuatro años, los Juegos Ístmicos—igual a los Juegos Olímpicos en todo, menos en la ubicación—se celebraban en la parte estrecha del Istmo de Corinto. El Comentario Jamieson, Fausset and Brown señala que las analogías deportivas de Pablo habrían sido especialmente impactantes para los miembros de la Iglesia en Corinto porque los Juegos Ístmicos “eran para los griegos una pasión, más que una mera diversión: de ahí su idoneidad como una imagen de la sinceridad cristiana”. Estas competencias eran “un tema de orgullo patriótico para los corintios, que vivían en la vecindad inmediata”.

Muy consciente de la enorme popularidad de los Juegos, Pablo dijo a los miembros de la Iglesia en Corinto que la vida de un cristiano es similar a la búsqueda de la victoria que veían en estos corredores competitivos: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis” (1 Corintios 9:24).

Pablo señaló que lo que está en juego para el aspirante a ser cristiano es mucho, mucho más alto que para el atleta: “…ellos, a la verdad [se esfuerzan], para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible” (versículo 25).

Pablo explicó que él se esforzaba al máximo para no fracasar en la obtención de esa corona incorruptible de la vida eterna: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (versículos 26-27).

Este pasaje es sólo uno de los varios en los que el apóstol Pablo señaló a sus hermanos cristianos como los mejores atletas de su época. Era una analogía que empleaba a menudo porque estos atletas, al igual que los competidores de hoy, rebosaban de pasión, celo y un arraigado deseo de demostrar el areté en su deporte, aunque para ello tuvieran que someter sus cuerpos a los más arduos regímenes de entrenamiento.

La Biblia deja claro que el celo es fundamental en la vida de un cristiano (por ejemplo, Isaías 59:17) y que la autodisciplina es una necesidad absoluta para quien se esfuerza por vivir como Cristo (Proverbios 25:28). La Biblia también revela que el cristiano debe luchar por poner su corazón profundamente en todo lo que hace (Colosenses 3:23) y esforzarse por ser perfecto (Mateo 5:48). Y el cristiano debe hacer todo esto con alegría (Filipenses 4:4).

Es cierto que las competencias olímpicas pueden convertirse a menudo en un microcosmos de rivalidades entre naciones. Pero el atletismo también puede ser motivo del celo y la pasión más nobles, y puede mostrar los niveles más altos que el espíritu humano es capaz de alcanzar.

Si usted se une a los cientos de millones de personas que sintonizarán los Juegos Olímpicos este verano, contemple la autodisciplina necesaria para que estos atletas de talla mundial hayan logrado tal dominio sobre sí mismos. Reflexione sobre el enorme esfuerzo que realizan en su búsqueda por la excelencia y para llevar a casa una medalla. Y piense en los paralelos espirituales. ¿Puede usted hacer ese esfuerzo en su vida espiritual? ¡Recuerde que ante usted hay una carrera por un premio incorruptible y eterno!