¿Libres del horno de hierro?
A medida que nos acercamos a la Pascua y a los Días de Panes sin Levadura, Egipto debería estar en primer plano en nuestras mentes.

Podemos estar seguros de que Dios está pensando en Egipto en esta época del año. Tiene un significado espiritual muy profundo para Él. Afortunadamente, Dios comparte Sus pensamientos con nosotros, Su Iglesia. Dios ve la historia de Israel en Egipto como una parábola de todos los seres humanos que viven esclavizados por el pecado (p. ej., Hebreos 11:24-25).

Por ahora, las personas que viven en este mundo están ciegas al significado espiritual que encierra la experiencia de Israel en Egipto (Mateo 13:10-15). Es un misterio para ellas. No tienen ni idea de que viven en una espantosa esclavitud en un mundo que es como Egipto. Dios, sin embargo, ve nuestro mundo tal y como es en realidad. Nuestro planeta está sobrepoblado de esclavos sucios, de ojos sombríos, de voluntad débil y en sufrimiento. Todas las personas de la Tierra (excepto los muy elegidos) están cautivos por el faraón más poderoso y despiadado de todos los tiempos: Satanás el diablo.

Qué honor es entender esta verdad. Prepararnos para los Días de Panes sin Levadura requiere que repasemos la lección dada por Dios sobre Egipto. Hagámoslo juntos.

Llamados a salir de Egipto

Motivado por una paranoia de celos, Herodes planeó asesinar a Jesús cuando era un bebé. José y María huyeron a Egipto para preservar Su vida al ser advertidos por Dios en un sueño.

Siglos antes, Jacob, sus hijos y sus familias hicieron algo parecido al trasladarse de Canaán a Egipto. Estaban al borde de una inanición mortal debido a una hambruna mundial (Génesis 46). Sin embargo, gracias a los conocimientos de producción agrícola y a la diligencia económica de José, Dios les salvó la vida con el grano almacenado en Egipto.

José, María y Jesús vivieron en Egipto hasta que murió Herodes. Cuando fue seguro para Su Hijo, Dios el Padre trajo a Jesús de vuelta a Judá. Mateo nos dice que el regreso de Jesús de Egipto cumplió directamente Su profecía en Oseas 11:1, donde dijo: “De Egipto llamé a mi Hijo” (Mateo 2:15). Estudie y medite sobre la profecía de Oseas. Habla del amor de Dios por Israel. Aunque era un pueblo carnal y caprichoso, Él lo llama Su hijo primogénito (Éxodo 4:22). Tal como cualquier padre amoroso, Dios salió en su defensa cuando sufrían en Egipto. A través de Moisés, le ordenó al faraón: “que dejes ir a mi hijo…” (versículo 23).

Es impresionante darse cuenta de que Dios consideraba al Israel esclavizado como un tipo del joven Jesús. ¿Cuál es la lección para nosotros? Jesucristo nos lo dice específicamente. La mañana después de Su resurrección, envió un mensaje a Sus discípulos por medio de María Magdalena. Él dijo: “Vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17). Todos los seguidores de Jesucristo verdaderamente convertidos son hijos de Dios tanto como Jesucristo es Hijo de Dios. Qué emocionante es saber que, por profundo amor, Dios llama a todos Sus hijos a salir de Egipto. Usted y yo hemos sido llamados a salir de una horrible esclavitud. ¿Estamos genuinamente agradecidos de que nuestro tiempo de esclavitud al pecado haya terminado?

Los días santos de primavera exhortan a todos los hijos de Dios a reflexionar sobre nuestra historia personal la liberación de Egipto. ¿Seguimos escuchando el llamado de Dios a salir del pecado? ¿Actuamos de acuerdo con ese llamado cada día eliminando el pecado de nuestras vidas? Admitámoslo: no es fácil salir y mantenerse alejado del pecado. La historia de los israelitas lo demuestra. ¿Estamos dispuestos a admitir que nuestra historia personal es similar a la de ellos? Considere lo siguiente. Si no fuera por los días santos de primavera, es poco probable que pensáramos mucho en sacar el pecado de nuestras vidas.

Salir del horno de hierro

Debemos usar nuestra imaginación para entender el sufrimiento atroz y la crueldad que experimentaron nuestros antepasados a manos de los egipcios. ¿Recuerda la historia? Debido al alto cargo de José en el gobierno, Jacob, sus hijos y sus familias entraron en Egipto favorecidos como hombres libres. Esa generación murió. Un rey malvado tomó el control de Egipto y sigilosamente convirtió a los descendientes de Jacob en miserables esclavos. Capataces malvados, también esclavos, fueron puestos sobre ellos. Ebrios de poder, los capataces intimidaban, apaleaban y golpeaban a los nietos de Jacob hasta someterlos. Muchos morían. Moisés nos dice: “Y los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza, y amargaron su vida con dura servidumbre, en hacer barro y ladrillo, y en toda labor del campo y en todo su servicio, al cual los obligaban con rigor” (Éxodo 1:13-14). Las palabras dureza y rigor en español han perdido parte de su significado para nosotros hoy. Su equivalente hebreo es perek. La Concordancia de Strong indica que perek significa “despedazar;fracturar, p. ej., severidad” y que en otros lugares se traduce como “crueldad”. Perek, al ser más descriptivo, muestra que la esclavitud quebrantó la voluntad de los israelitas, suprimió sus emociones y fracturó sus cuerpos.

Moisés continuó: “Los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre” (Éxodo 2:23).

Dios nos da la mejor imagen de esa esclavitud en Deuteronomio. Al instruir a la segunda generación, que habían sido niños pequeños y bebés en el momento del Éxodo, Moisés dijo: “Pero a vosotros [el Eterno] os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad como en este día” (Deuteronomio 4:20). El rey Salomón incluyó una declaración similar en su oración de dedicación del templo (1 Reyes 8:51).

Qué imagen tan poderosa. Ser esclavizado por Egipto era como vivir en un horno de hierro. Esta expresión se refiere al proceso de fundición del hierro, que es la imagen perfecta de la cruel subyugación mental y de la quebrantadora severidad de la dura esclavitud.

Calor abrasador

¿Cómo era trabajar en un horno de fundición? El hierro se funde a casi 2.800 grados Fahrenheit (1.538 grados Celsius). ¡Eso es mucho calor! Aunque los antiguos hornos de fundición no podían alcanzar las altas temperaturas de hoy, los esclavos fundidores aún tenían problemas para trabajar en el calor hostil. Según un artículo de Las Buenas Noticias demarzo de 1982, los antiguos griegos registraron que “algunas de las peores condiciones para los esclavos en Egipto se encontraban en las canteras y en explotaciones mineras estatales, como las minas de oro y cobre de Nubia, Sudán y el Sinaí. Según los griegos, los hombres de estas minas caían muertos a diario por decenas en el tórrido calor, bajo los latigazos despiadados de capataces y vigilantes”.

Los arqueólogos nos dicen que las operaciones de fundición casi siempre se realizaban en el emplazamiento de las minas egipcias. Imagínese: hombres exhaustos y sedientos de libertad, sudando profusamente, bombeando oxígeno a las llamas al rojo vivo; capataces enloquecidos por el calor gritándoles: “¡Trabajen más duro!”; ¡la más mínima resistencia o lentitud traía consigo el afilado corte del látigo! Así era la miserable vida de un esclavo de fundición.

La historia bíblica muestra que los israelitas sufrieron una gran crueldad en la esclavitud bajo los egipcios. Moisés nos dice que nuestros antepasados construyeron las ciudades de almacenaje del faraón, Pitón y Ramesés (Éxodo 1:11). Ellos fabricaban los ladrillos y el barro (versículo 14). Al estudiar los antiguos murales de las paredes de la tumba de Rekhmire en Tebas (la moderna Luxor), los arqueólogos saben que el ladrillo de barro era el material de construcción más utilizado en Egipto. Las escenas pintadas muestran que la fabricación de ladrillos se realizaba a lo largo de una cadena de montaje. Nuestra palabra moderna adobe procede de la palabra egipcia tobe, que significa ladrillo. Al construir a gran escala, los antiguos contratistas necesitaban una colosal reserva de ladrillos cada día, lo que requería la sangre, sudor y lágrimas de un gran número de seres humanos para cumplir con los pedidos.

Pongámonos en la situación de los israelitas.

Imagine su primer día como esclavo. Mirando hacia abajo, ve que está casi desnudo, llevando sólo un taparrabos. Un sol amenazante y abrasador calcina lentamente su piel desnuda como a los ladrillos apilados no muy lejos de usted. Un capataz le indica que lo siga. Pasa junto a un mar ondulante de humanos en constante movimiento: hombres jóvenes que marchan hacia el río, una constante corriente de músculos que se detiene para sacar agua y cargarla en sus hombros para verterla en un pozo de barro lleno de hombres y mujeres que machacan con los pies barro y paja picada, caminando en el mismo sitio sin avanzar. Otra oleada de hombres, mujeres y adolescentes llenan continuamente baldes con una espesa mezcla marrón, arrastrándolos para verterlos sobre una pila. Los fabricantes de ladrillos recogen la mezcla de la pila para echarla en moldes que capataces de mirada codiciosa apilan bajo el sol abrasador.

Presa del pánico, su primer pensamiento es escapar. Sin embargo, al ver los escuadrones de soldados armados y al capataz que lleva el látigo, sabe que escapar no es posible. Se queda paralizado cuando el capataz se detiene y le indica la tarea que le han asignado. Su mente se paraliza mientras es absorbido por el pensamiento de la incesante marea de trabajo sin fin. Sólo puede pensar en una cosa: ¿Dónde está mi Dios?

Esta era la miserable vida de los descendientes de Jacob en Egipto, el horno de hierro.

Volver a Egipto

Qué indignante, entonces, que cuando nuestros antepasados fueron plenamente liberados y se encontraban justo a las afueras de la Tierra Prometida, pusieran su corazón en volver a Egipto. Moisés los registra diciendo: “¿Y por qué nos trae [el Eterno] a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto? Y decían el uno al otro: Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto” (Números 14:3-4). Basándose en el reporte desleal de los 10 espías, nuestros antepasados, temiendo ser masacrados por los gigantes, lloraron toda la noche en sus tiendas. Por la mañana, se negaron a tomar Canaán y decidieron elegir un nuevo capitán que los condujera de vuelta a Egipto.

En el libro de los Hechos, el diácono Esteban habló de la rebelión israelita contra Dios representado por Moisés. Lo resumió de esta manera: “Al cual nuestros padres no quisieron obedecer, sino que le desecharon, y en sus corazones se volvieron a Egipto” (Hechos 7:39).

En realidad, los israelitas querían regresar a Egipto a una semana de haber salido. Su deseo de volver a los pozos de barro comenzó en el mar Rojo, que estaba a sólo seis días de viaje desde donde habían estado viviendo en Egipto (Éxodo 14:11-12). La verdad es que los israelitas nunca salieron de Egipto espiritualmente. Esa es la esencia de toda la lección para nosotros. ¡El pueblo de Israel no tenía capacidad para salir y mantenerse fuera del pecado! ¿Por qué? Porque Dios nunca les dio Su Espíritu Santo.

Dios utilizó a esa nación como ejemplo para los pueblos de todas las naciones. El Sr. Armstrong escribió: “Él iba a demostrar al mundo que sin Su Espíritu Santo sus mentes [las de los israelitas] eran incapaces de recibir y utilizar ese conocimiento de los verdaderos caminos de vida. Iba a demostrarles que la mente del hombre, únicamente con su espíritu, y sin el complemento del Espíritu Santo de Dios, no podía tener discernimiento espiritual; no podía resolver los problemas de los seres humanos, no podía curar los males que acosaban a la humanidad. La nación de Israel sería Su conejillo de indias para demostrar ese hecho” (ibíd.).

La historia israelita es una magnífica ayuda en nuestra huida del pecado, si la utilizamos provechosamente. Este conocimiento debe combinarse con el poder del Espíritu Santo de Dios.

¿Qué hay de nosotros?

Entonces, esta es la gran pregunta: ¿Qué lugar ocupa Egipto en nuestros corazones?

¿Estamos libres del horno de hierro? No podemos tomarnos esta pregunta a la ligera. Aunque tengamos el Espíritu Santo de Dios, no estamos tan lejos de los problemas de nuestros antiguos padres con Egipto. Gerald Flurry escribió: “Usted ciertamente puede cometer actos atroces y aún tener el Espíritu de Dios” (Arrepentimiento hacia Dios). Debemos buscar los pecados —tanto los visibles como los ocultos— ¡y salir de ellos! ¿Qué pecado nos está atrapando en el horno de fuego? ¿Hay alguna debilidad en la que el astuto faraón Satanás nos esté arrastrando sigilosamente a la esclavitud espiritual? ¿Nos está susurrando al oído: “Vamos, hazlo; sabes que quieres hacerlo”? Conociendo su propio corazón engañoso, David oró: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos” (Salmos 19:12). Debemos hacer lo mismo, a diario, durante todo el año.

En su mensaje de Días de Panes sin Levadura de abril de 1985, el Sr. Armstrong advirtió a la Iglesia sobre lo difícil que es resistirse al pecado en nuestro mundo moderno. Él dijo: “Este es el festival que nos enseña a salir del pecado; cuando sacamos la levadura de nuestras casas. La idea es enseñarnos a sacar el pecado de nuestras vidas. Pues bien, ¡hay más pecados que se han metido en las vidas hoy que en los días de los primeros apóstoles! (…) Los pecados se han multiplicado e incrementado; y hay muchas más maneras de pecar. Hoy en día, en lugar de salir del pecado, en el mundo parece que los medios de comunicación públicos (no sólo los periódicos y las revistas, sino también la radio, la televisión, todos los medios para llegar a la gente) están tratando de mostrarle a la gente cómo pecar y salirse con la suya. (…) Y una de las cosas que Satanás está utilizando contra el mundo, quizás incluso más que en cualquier otra área de pecado, es el sexo. (…) ¿Alguna vez piensan cuál es su preferencia, hermanos? ¿Es el pecado? ¿O es la rectitud?”.

A la luz de lo que el Sr. Armstrong dijo en su sermón, estamos obligados a examinar nuestro enfoque acerca del sexo. Pecar contra el Séptimo Mandamiento es el ejemplo perfecto de un horno de hierro moderno. Muchos están atrapados irremediablemente en un calor abrasador. Lamentablemente para algunas personas, los pecados sexuales son llamas con las que están dispuestos a vivir.

Refiriéndose a los pecados sexuales, Salomón escribió: “¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan? ¿Andará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen?” (Proverbios 6:27-28). El uso incorrecto del sexo siempre nos quema terriblemente. Aquí hay un ejemplo actual de lo que decía el Sr. Armstrong. Hace décadas sólo había unas pocas enfermedades de transmisión sexual (ets) de las que las personas promiscuas tenían que preocuparse. Actualmente ¡hay más de 25! Contraer una ets es el tipo de fuego del que tenemos que huir, y rápido (1 Corintios 6:18).

La mejor manera de examinarnos a nosotros mismos (también los casados) en el ámbito del sexo es analizar qué películas y programas de televisión vemos, qué sitios de Internet visitamos, qué libros y revistas leemos y qué lugares públicos frecuentamos, como playas, piscinas, balnearios y clubes deportivos. ¡Debemos evitar todo lo que nos haga pecar! Después debemos llenar nuestras mentes con la increíble revelación de Dios sobre los propósitos del sexo humano. Leer, estudiar y abrazar La dimensión desconocida de la sexualidad (solicite su ejemplar gratuito) nos liberará del horno de hierro del adulterio y la fornicación y nos dará la preferencia por la rectitud.

Ahora bien, puede que los pecados sexuales no sean el problema para usted. Sin embargo, tenga la seguridad de que hay otras áreas en las que el pecado sigue arraigado. Pídale a Dios que le muestre dónde necesita ser liberado de Egipto. Él se lo mostrará por Su profundo amor por usted, porque le ha llamado a usted, Su hijo o hija, a salir de en medio del horno de hierro.